Entre el desayuno y la comida no todo tiene porque llamarse ‘brunch’, un hábito mucho más nuestro y con más solera que el de los huevos Benedict es el vermut y no hay mejor lugar para llevarse algo de comer y beber a la boca que una bodega.
Los requisitos no tienen mucho secreto: botas de vino, un poco de barra y ese olor que te abraza nada más entrar. El secreto está en saber lo que tienen guardada en la recámara cada uno de esos lugares maravillosos que son las bodegas.
Bodega Sopena – Carrer del Clot
El cartel que se puede ver desde la calle es toda una declaración de intenciones: un cartel de toda la vida para una bodega de toda la vida. Nada más entrar la nariz te alerta que hace años que se vende vino en ese lugar, la vista se vuelve loca buscando algún vino desconocido en el estante y la boca se empieza a abrir cuando intentas ver la carta que se encuentra dibujada en una pizarra en las alturas.
La bodega está ubicada en el Carrer del Clot justo enfrente de la plaza del Mercado del Clot.
Surtidos de embutidos, algunas latas de conserva, patatas fritas de la churrería de la misma calle un poco más abajo y sin duda un vermut casero en vasito de cristal, alto, justo para albergar la rodaja de naranja y la oliva con el palillo. Qué maravilla.
Para los que estén convencidos en pasar un buen rato en la bodega hay un surtido de nombre Bestial que te tendrá distraído a base de fuet, jamón, chorizo, queso… vamos que con un vaso de vermut no te lo terminas.
El sitio es pequeño pero la calle semipeatonal es una extensión fantástica del local (vaso de plástico en mano), que también tiene una sala dentro con algo menos de encanto que las botas, siempre con un sifón encima, que te acompañan desde la entrada.